Stmo. Cristo del Olvido
La obra de Pedro de Ávila, escultor barroco por lo años en que desarrolla su trabajo, pero imbuido del espíritu de los grandes imagineros castellanos del siglo XVII y especialmente de Gregorio Fernández, está llena de una extremada delicadeza y suavidad.
Entre las pocas esculturas que de su mano se conocen y que se han podido documentar, figura este Crucificado que la Congregación de Sacerdotes de San Felipe Neri lo encargó en el año 1720.
El crucificado no es de muy grandes proporciones, fue hecho para una de las hornacinas de los altares. Presenta la cabeza muy hermosa, inclinada hacia el lado derecho en una deliciosa actitud de descanso y reposo; en los rasgos del rostro se advierte una patética serenidad que impone. La boca entreabierta, deja ver un rictus de dolor y desaliento, y la nariz perfilada y fina acusa todo ese lema de delicadeza que le caracteriza. La frente espaciosa y despejada, está surcada por gotas de sangre, en profusión quizás excesiva. La barba corta, sigue el mismo delicioso movimiento amplio de ondulación que acusa la larga melena.
El cuerpo, en su conjunto, es de una maravillosa armonía y sus líneas perfectas demuestran una técnica correctísima. En la carne se advierte el tono azulado de las venas y la línea gruesa de los músculos, perfectamente marcado en los brazos y pies especialmente, así como una sensación de tensión, aunque en el conjunto de la posición del cuerpo no hay señal de violencia y su colocación en el madero de la Cruz, más parece de descanso que de tormento.
Los antebrazos y brazos, tratados de manera muy hábil, revelan un perfecto estudio anatómico, y están surcados por regueros de sangre que mana de las llagas de las manos, con los dedos descarnados y rígidos en posición un tanto fingida.
Las piernas también muy bien tratadas, dejan ver las llagas de las rodillas manando en abundancia excesiva la sangre, que coagulada en forma perlada, se detiene de una manera un poco artificiosa a media pierna...; es de admirar aquí, otra vez, el realismo anatómico de músculos y venas perfilándose a través de la carne.
El paño de pureza, se adapta al cuerpo en pliegues suaves muy poco quebrados y en los que se percibe quizá cierta rigidez y con exceso los trazos de la gubia, dando la sensación de que domina más la técnica en la expresión anímica y en la carne, que en el tratado de las vestiduras. Una lanzada al lazo derecho deja caer un extremo que parece como impulsado por una ráfaga de viento.
La Cofradía de la Preciosísima Sangre lo procesiona, con gran devoción, el Lunes Santo, en la "Procesión de la Buena Muerte"